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Rubby Pérez, la voz eterna del merengue que conquistó corazones

Nos hacemos eco del trabajo de mas abajo publicado hoy por el NUEVO DIARIO de Rep. Dom.

SANTO DOMINGO. – Rubby Pérez no era solo una voz. Era un sentimiento. Un ícono. Un guerrero que desafió los límites y marcó generaciones con su arte. Hoy, la República Dominicana le rinde homenaje con el alma en duelo, luego de que se confirmara su fallecimiento tras el trágico desplome del techo del Jet Set Club, el escenario que tantas veces lo vio brillar.

La historia de “La voz más alta del merengue” es una de esas que parecen trazadas por el destino con dolor, fe y gloria. Su entrada al mundo del merengue no fue casual. Llegó tras una tragedia que le cambió la vida para siempre: el 13 de junio de 1972, cuando apenas tenía 15 años, un accidente lo sacó del camino que él había soñado. Un vehículo lo atropelló en Haina, provocándole una fractura severa en la pierna derecha y dejando atrás sus ilusiones de convertirse en pelotero profesional, como más tarde lo lograría su hermano Neifi Pérez.

Pasó casi un año ingresado en un hospital, tiempo durante el cual encontró un nuevo propósito: una guitarra que alguien colocó en sus manos se convirtió en su “nuevo bate”. Con ella comenzó a alegrar a otros pacientes, cantando y acompañando sus días con melodías, sin saber que en esos acordes nacía una nueva pasión. Su voz, primero en los coros de una iglesia, fue el instrumento que pronto lo llevaría a ocupar los más altos escenarios del país y el extranjero.

Fue en 1977 cuando Rubby dio su primer paso formal en la música al unirse a la orquesta Los Pitágoras del Ritmo, en Haina. Su talento fue abriéndose camino, hasta que en 1980 la oportunidad lo encontró de frente cuando Fernando Villalona, «El Mayimbe», buscaba un nuevo cantante. Rubby no dudó y se presentó a la Esquina Caliente, en Herrera, donde esa noche el destino volvió a cambiarle la vida. Su voz se impuso entre los coros y, desde entonces, no volvió a bajarse de la tarima.

Su carrera se consolidó como solista y su nombre se convirtió en sinónimo de potencia vocal, entrega artística y amor por el merengue. Fue, sin discusión, una de las voces más altas y respetadas del ritmo que identifica al pueblo dominicano. Con temas que marcaron generaciones y una entrega total al arte, Rubby Pérez se ganó el cariño y el respeto de su gente, que hoy lo llora y lo recuerda con la misma emoción con la que coreaban sus canciones.

Rubby no solo hizo historia con su música, sino también con su ejemplo de resiliencia, humildad y fe. Su legado no muere con su partida. Permanece en cada nota, en cada tarima que vibró con su voz y en cada corazón que alguna vez se emocionó al escucharlo cantar.

Más allá del escenario

Además de ser un artista extraordinario, Rubby fue un ser humano cercano, cálido y comprometido. Nunca olvidó sus raíces ni a la gente que lo apoyó desde sus inicios. Su humildad y su disposición para ayudar a nuevos talentos lo convirtieron en mentor y ejemplo.

El Jet Set Club fue una casa para él. Allí celebró aniversarios, brindó conciertos memorables y compartió con miles de fanáticos que lo seguían con devoción. Esa última noche, el público se despidió sin saber que estaba viendo una de las presentaciones más significativas de su vida.

El merengue tiene su ángel

Rubby Pérez se ha convertido en leyenda. Su música seguirá siendo puente entre generaciones, símbolo de lucha y emblema de lo que representa el merengue para el alma dominicana. En cada fiesta, en cada radio, en cada rincón donde se celebre la vida con ritmo y corazón, ahí estará su voz.

Porque hay artistas que trascienden el tiempo. Y Rubby, con su fuerza, su voz y su esencia, es ahora eterno.

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